Estaba embarazada de mi cuarta hija

Cuando fue detenido en el retén, le llevábamos su ropa -yo digo la ignorancia de uno-, ese ternito que tenía y hasta su máquina de afeitar eléctrica. Después se la llevamos a Santiago, al Estadio Nacional, donde recibían todo. Ahí no aparecía en las listas, pero igual le llevábamos sus cosas: su ropa, frazadas, comida. Toda la ropa se perdió, hasta la máquina de afeitar. Qué estupidez pensar que le podían facilitar un enchufe para que se afeitara.

A mí se me ocurrió un día, como estaba embarazada de mi cuarta hija, ir al retén con mi hija que tenía nueve años y mi papá, que me decía: “Chica, si tú no vas a poder atravesar”, y yo le decía: “Ahí vamos a ver”. Entonces se me acerca un carabinero y me dice que no podía atravesar y “si usted atraviesa le vamos a disparar”. Yo le dije: “Ya, no importa, pero yo tengo que ver a mi hermano. Tengo que estar segura de que está ahí adentro”. Y cuando se descuida un poquito el carabinero, yo atravieso y sigo hasta llegar a la puerta del retén. Ahí me amenazan y yo dije: “Yo sé que mi hermano está acá. Necesito que me diga por favor dónde está el carnet maternal, que lo necesito para irme a mejorar”. Entonces fue un carabinero hasta adentro y me trajo la respuesta: “Dice su hermano que no sabe nada, que no tiene idea”, y era verdad. Eso fue como el 16 en la mañana, porque el 17 me fui a mejorar.

Ese día 17 yo partí de nuevo al retén y me dijeron que ahí no había nada, que mi hermano nunca había estado ahí. Y yo dije: “Pero si yo comprobé que estaba acá”. Y me insistieron en que no había nada. Me fui a la parcela, porque yo supe que don Demetrio Larraín, que estaba a cargo de las cervecerías unidas acá en Paine, por ser amigo del capitán, salvó a uno de sus trabajadores. Entonces yo pensé que don Miguel podía hacer lo mismo, porque también era amigo del capitán, y fui a hablar con él, y ahí me dijo don Miguel: “Usted no sabe, Silvia, lo que es una guerra”, y yo le dije: “Pero qué guerra don Miguel si mi hermano andaba con una malla para el pan, con la plata y nada más. No andaba con ningún arma. Ni siquiera andaba con una cartuchera, nada”. Y me dijo: “No, Silvia. Esto es de vida o muerte. Usted no sabe lo que es una guerra”. Yo le dije: “Don Miguel, a lo mejor usted me puede ayudar. ¿Por qué no llama al capitán?”. Yo no sabía por qué estaba preso, no sabía de qué se trataba. Entonces sale la patrona, la señora Olga y me dice: “Silvia, usted está por tener su guagua y no se da cuenta”. Y yo le conté en pocas palabras lo de Pedro y lo de mi hermano Jorge que no lo podíamos ubicar, y me dijo: “Váyase tranquila al Barros Luco, yo la voy a mandar con un paquete de cecinas, hable con las monjitas y va a tener su guagua. Ya va a pasar”. Entonces pasé a mi casa, dejé a los dos hombres chicos con mi suegra, y a una cuñada le pedí que los cuidara. Ni siquiera le alcancé a avisar a mi marido. Cuando íbamos por la Gran Avenida, a mitad de camino, yo empiezo a sentir los malestares. Me llevan apuradita para adentro, y me dicen: “Gordita, tú vienes mal, es un embarazo podálico”, que venía de potito. Me trabajaron ahí para acomodar la guagua, hasta que la tuve, pero me vino hemorragia y quedé mal. No había personal. Nosotros sentíamos que iban a detener a la gente en el hospital, sentíamos los balazos, entonces no había gente para ir a hacernos el aseo ni cuidados. Me echaron al otro día con guagua y todo a los Morros. Ahí estuve como dos o tres días hospitalizada, y cuando salí me costó recuperarme. Como a los veinte días salí de nuevo a Paine a preguntar por el Pedro, y me dijeron que nunca había habido gente detenida, y en los libros no había nada. Entonces perdí de vista a mi hermano para siempre. Ahí empecé a salir, dejando mi guagua encargada, a buscarlo. Yo me propuse buscarlo.

Relatado por Silvia Vargas, hermana de Pedro León Vargas.