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Empanada
Yo no he visto a nadie defender con tanta pasión la injusticia como a Enrique. Era un tipo lanzado.
Un día terminó preso y en parte fue culpa nuestra. Veníamos en el auto y pasamos por Américo Vespucio con Apoquindo. En esa época, a los cadetes militares les decían “empanada” porque salían los domingos no más. Y esas tonteras que a Enrique se le ocurren, gritarle justo frente a la Escuela Militar “empanada” a un par de gallos. Y los tipos nos tiraron una piedra al auto. Entonces nos bajamos. El tipo sacó un espadachín chico con que andaba y se lo enterró en la guata a Enrique. Entonces ahí ya… Bueno, para hacerte corto el cuento, salió un pelotón de la Escuela Militar, arrestó a Enrique y se lo llevó a la caseta que hay afuera. Y en ese minuto nosotros no sabíamos qué hacer.
Yo partí a Tomás Moro a buscar al edecán naval que era Araya – fue el que mataron– que estaba de turno. Y cuando vuelvo, me encuentro con que a Enrique se lo habían llevado a la 24 Comisaría de Las Tranqueras, donde el jefe de esa Comisaría era el Mayor Concha, que era amigo nuestro y que es amigo nuestro todavía y después lo echaron de Carabineros.
Cuando llegué a ver a Enrique lo encontré con un ojo en tinta tremendo. El teniente de turno, sin saber qué hacer, llamó al coronel Labbé que es padre de este Labbé, que era director de la Escuela Militar en esa época. Y le dijo que tenía un tipo que estaba diciendo que los milicos eran todos unos hijo de puta, cabrones y no sé qué. Entonces Labbé le dice “póngamelo al teléfono”. Y Enrique le contesta “yo no hablo con milicos asesinos”. Y le han pegado un culatazo en el ojo que de fuerte lo dejaron casi ciego.
El mayor Concha llevó a Enrique en una cuca a Cañaveral para que la Paya lo viera. Y la Paya dijo “¡llévenselo preso!” y después reaccionó, porque estaba dormida, si eran como las cinco de la mañana. Y entonces lo que nos pidió el coronel Labbé es que nosotros fuéramos a pedir disculpas, cosa que nunca hicimos. Pero le podía haber costado caro a Enrique, tres años por lo menos si se llegaba a una acusación.
Relatado por Max Ropert, hermano de Enrique Ropert.