Nadie se esperaba que fuera tan brutal como fue

Cuando llega el golpe y mi papá desaparece, mi mamá sabe que ya está muerto, porque sabía en lo que trabajaba, y era cosa de vencer o morir. Mi padre tenía mucha información porque trabajaba en los aparatos de seguridad y de inteligencia y sabía que iba a venir el golpe, era evidente. Hasta el día de hoy no aparece, porque su pega era “no aparecer”. Su labor era una labor de inteligencia, o sea, de total incógnito.
Como mi papá era médico, el 11 podría haber salido varias veces de La Moneda. Antes del bombardeo dejaron salir a los médicos, él tenía la chapa y podría haberse ido, no tendría que haberse quedado. Le dijeron que fuera a resguardar una de las sedes del Partido Socialista, pero él se quiso quedar en La Moneda. Esos, para mí, eran sus ideales: él tenía que morir ahí, era su destino, lo que él quiso, quedarse hasta el último momento con Allende. Y solo cuando el mismo Allende le dijo que sacara a la Tati de La Moneda, que la iban a matar, él va y la saca. La Tati y él eran muy cercanos, muy amigos. En una carta que escribió la Tati, ella habla de cómo mi papá está presente hasta el final.

La gente que muere en La Moneda son todos jóvenes, salvo un periodista que se suicida, casi todos tenían 31, 30, 28, años… Eran cabros asumiendo cargos de viejos. Aunque el golpe se veía venir, nadie se esperaba que fuera tan brutal como fue.

Relatado por Máximo Corvalán-Pincheira, hijo de Ricardo Pincheira.