Tenía como un mundo paralelo

Yo me encargué de desmitificarlo, busqué por todos lados y encontré un montón de yayas, como todas las personas. Como la mayoría de los revolucionarios era un caliente, un fresco, eso es como medianamente divertido. Era la ley de todos, eran súper lachos. Tiene un montón de otras yayas, divertidas otras. Pintaba, pero le daba vergüenza porque encontraba que era poco serio ser artista. Esos cuadros los tengo guardados en alguna bodega. Hacía reproducciones de Picasso, de Goya, pero era bien malo. Lo que contaba mi mamá es que para las reuniones del partido, escondía los atriles porque mostraban la parte sensible que no se podía ver. Tenía que ser súper duro, recto, encargado de temas de seguridad, no iba a estar pintando. Se creían de verdad el tema de la militancia. Otra falla que le veo es que nunca tuvo la fuerza para imponerse a su familia y decir: “Esta es mi pareja actual, me separé”, por ejemplo. Esa es una yaya real, que uno puede decir concretamente, no hiciste lo que tenías que hacer. Hubiera sido más fácil para mi mamá y para mí también. Mi papá se relacionaba mucho con su madre, mi abuela, pero no le contaba que estaba viviendo con mi mamá, cosas insólitas. Tenía como un mundo paralelo, doble estándar, entonces siempre estos caballeros tenían la esperanza de que iba a volver con su primera mujer porque el matrimonio era para toda la vida.

Relatado por Máximo Corvalán-Pincheira, hijo de Ricardo Pincheira.