Clandestinidad

Mi papá estuvo tres años clandestino, del 73 al 76. Una vez mi mamá me dijo: “Usted no va a ir al colegio, acompáñeme”, y yo la seguí. Iba con un delantal y una bolsa como quien va a comprar al almacén de la esquina, y cuando estábamos en Agua Santa, hace parar el bus, se saca el delantal, guarda la bolsa y vamos a ver a mi papá a Santiago. Ahí estuve con él y conversamos. Fue súper emocionante porque lo seguimos. Yo vi a mi papá y empezamos a seguirlo por muchas cuadras. Lo que más me llama la atención es cómo partimos, que mi mami no me dijo para dónde íbamos.

La Edith viajaba a juntarse con él de esa manera, no eran encuentros como uno se podría imaginar donde él la estaba esperando a la bajada del bus y todo. La Edith yo creo que se daba diez mil vueltas por Santiago hasta llegar al lugar donde se iban a ver, pero aparte ellos tenían una comunicación especial.

Él estaba conectado, porque yo me acuerdo que estaba cansada, en Santiago, esperando la micro con mi mamá y de repente mi mamá me dice: “Caminemos”, y empezamos a caminar dos cuadras, y al rato después aparece mi papá, lo había visto en la micro de casualidad, y ¿cómo supo la Edith que tenía que caminar para allá? Tenían una conexión.

Cuando yo me fui a vivir a Santiago me dijeron que si me encontraba con él no podía saludarlo ni abrazarlo, nada, porque lo estaban siguiendo. A ti te podían seguir y lo podían pillar a él.

Los encuentros los organizaban con compañeros.

Él nos mandaba unas cartas chiquititas a cada una, la Edith era su contacto. Yo me acuerdo que las cartas venían como en una cajita de fósforos y siempre con la recomendación de que las rompiéramos después de leerlas porque era peligroso. Como aparece en esta carta: “Si decía romperla hazlo, si decía guardarla debes hacerlo en un lugar secreto que solo tú conozcas”.

Yo la tuve por mucho tiempo escondida en mi pieza, en una cajita de fósforos dobladita, tal como había llegado, porque así me la pasó mi mamá.

Mi papá alcanzó a conocer a la Daniela, mi hija. Cuando tenía dos años, mi mamá la llevó. Es más, la abuela le llevó una foto de la Daniela chiquitita y él la puso en un caleidoscopio, la insertó ahí y por ahí la miraba escondido para que no supieran que tenía contacto con la familia.

Mi papá no tenía carné falso, tenía la chapa de “Pedro”. Me acuerdo de esa canción de Silvio.

En clandestinidad parece que él estaba bien, porque incluso trabajaba.Me acuerdo que mi papá hacía sillas de playa, vendía volantines y sillas de playa en la rotonda Lo Hermida. Imagínate, de ser ferroviario y de los buenos ferroviarios maquinistas, de pasar a jefe de estación con la más alta nota, aparte de ser dirigente comunista. Tenía que ser doblemente aplicado en lo que fuera.
Mandó dos sillas de playa con lona azul para acá y unas sillas de reina y de rey pintadas de azul. Eran unas sillitas chiquititas de madera, le encantaba el azul.

Relato de Érika, Patricia y Mónica Navarro, hijas de Fernando Navarro.