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Una muerte digna
Mis abuelos paternos no vivieron la etapa de encontrar los fragmentos, que es la otra historia, pero mucho más digna. Si me dieran a elegir prefiero la segunda, por los testimonios de los fusileros, que hablan de cómo los tipos afrontaron la muerte mirándolos a los ojos. Su muerte fue digna, un fusilamiento. Después los dinamitaron, los sacaron y los tiraron al mar, pero ahí ya estaban muertos. El cuerpo de mi padre, los dos dientes, que es todo lo que me entregaron, me los pasaron el 2010. El resto se fue al mar, a Quinteros. Entiendo que los fusileros están presos. Hablaron resguardando su identidad, cuando se abrieron las mesas de diálogo; contaron todo. Eran unos pobres pelaos, los tipos que realmente mandaban eran los más siniestros. Uno de los testimonios era brutal. Un tipo que había logrado fusilar a cuatro, se puso a gritar como loco diciendo que no daba más, que lo dejaran por favor irse a otro lado a hacer otra tarea. Eran jóvenes, de 18 años. Ahora están cagados. Uno de ellos cuenta que sueña todos los días que lo van a ir a matar, que no puede dormir, que su familia no tiene idea, que se volvió alcohólico. Son tipos que tienen completamente destruida la vida.
Relatado por Máximo Corvalán-Pincheira, hijo de Ricardo Pincheira.